Cuando terminó la charla con el científico, Lola Lolae y el Granito Parlanchín protagonizaron un perfecto y contradictorio ejercicio de libertad. Tras la sesión fotográfica por el foro romano jugando a las vestales y los duces empezaron a hablar de filosofía sufí, y acabaron ambos pasillo arriba y abajo del hotel, investigando cuál era su eneagrama sufí: los números que orientan nuestra personalidad. El G.P. tenía un 5 clarísimo, el número de la avaricia y la observación. "Aparentemente son elementos negativos, pero está en tu mano cambiarlos y convertir las carencias en virtudes", decía la maestra sufí. Podríamos asumir que somos un cinco y dejarnos llevar, o incluso autosugestionarnos para ser un número determinado, engañándonos a nosotros mismos. También podríamos evitar el proceso de autoconocimiento, costoso, inseguro y fastidioso. Pero lo más sensato, opinaba el G.P., era el placer de conocerse a uno mismo, que no dejaba de ser en el fondo la primera pregunta filosófica de la historia. Lo que quizás no pensaba es que a fin de cuentas era un número 5, el número de la investigación y la observación y que esa era la respuesta que daría ese número. Estaba en su propia naturaleza el reflexionar, y esto dejaba en un incómodo lugar a su propia libertad.
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