Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 26 de febrero de 2010

EL DILEMA DEL ANOMALOCARIS.


Voy a hablar de otro animalito antiguo que dio mucho que hablar desde su descubrimiento, allá en los finales del siglo XIX. Y lo confieso: tengo debilidad por el anomalocaris. Los paleontólogos le han dado tal poesía a sus correrías y a su forma extraña que no es raro encontrar títulos como "el terror del Burgess Shale", "trilobites bane", "el cazador del cámbrico" y un largo etcétera. Para alguien a quien los dinosaurios le parecen seres algo anodinos y poco interesantes, más allá de sus inabarcables proporciones, anomalocaris le sugerirá la imagen de mostruos alienígenas o producto de la ciencia ficción. Mi mente se recrea imaginando la captura de un confiado trilobites en el fondo del mar por las mandíbulas externas de nuestro pequeño monstruo, avanzando rápidamente por el fondo del mar con su ondulante cuerpo.

Pero además, el descubrimiento de Anomalocaris es una lección de historia de la ciencia. Gould, uno de los relativamente escasos investigadores que se tomaron a Thomas Kuhn en serio, y la conocida separación entre contexto de descubrimiento y de justificación, le dedica bastantes hojas en su Vida Maravillosa y lo pone como ejemplo de extrapolación de nuestros prejuicios particulares hacia el registro fósil, la evidencia empírica por excelencia de la paleontología.

Anomalocaris nació como un camarón. De hecho su nombre sugiere ese significado. Walcott, paleontólogo intrépido, identificó algo parecido a unas gambas en las rocas del Burgess Shale. Y curiosamente, aparecieron después unos discos que sugirieron a los paleontólogos estar en presencia de unas medusas aplanadas. Ahí quedó la cosa: los científicos no podían hacer otra cosa que interpretar la fauna del burgess Shale desde los ojos del presente. Un error sin duda muy típico entre antropólogos, historiadores y otra fauna de las humanidades, pero que aparentemente se nos hace más raro en el campo de la biología. Pero además esgrimían otros prejuicios heredados desde el viejo Darwin: existía la idea de que las especies actuales mantenían una correspondencia lejana con sus más lejanos antepasados. Defender otra cosa era algo así como aceptar una teoría catastrofista (de la misma forma que todavía no explicamos la explosión del cámbrico): hoy una cosa más o menos aceptada tras las mortíferas extinciones del pérmico o el cretácico.

El anomalocaris permaneció dormido, separado y malinterpretado hasta que mucho tiempo después se descubrió un espectacular cuerpo entero de este animal y se procedió a su reconstrucción. Esto es algo difícil, y desde mi completa ignorancia me fascina las recreaciones en 3D partiendo de unas planchas rocosas llenas de manchas oscuras donde, eso sí, la medusa y el camarón estaban unidos. Eso permitía descubrir que aquellos pacíficos animalitos eran en el fondo el aparato masticador de un bicho que nos daría miedo encontrarlo de frente. Maravillas de la ciencia: fue preciso reconstruir el ecosistema del cámbrico: ahora había auténticos depredadores en la cadena alimenticia, y sobre todo, depredadores que no dejaron huella más allá del cámbrico. El terror de los mares se extinguió, su imagen dejó de estar presente en las aguas, y esto le valió a Gould para hacer su más decidido ataque a la teoría ortodoxa del darwinismo. La evolución no premió al más adaptado al medio, o quizás un giro inesperado en el ambiente del cámbrico hizo que lo exitoso se convirtiera de repente en algo anacrónico e inútil. Esto permitió a Gould a lanzar auténticas proclamas a favor del azar, la contingencia y la desconexión total existente entre el burgess shale y nuestros días.

Curiosidad del destino. Después de su encendida proclama a favor de la contingencia y la denuncia de los prejuicios de la ciencia, las sucesivas investigaciones del burgess shale han vuelto a cambiar ´la interpretación del registro fósil. Ahora resulta que Gould había puesto demasiado de su teoría y de sus propios prejuicios a la hora de interpretar toda esa maravilla del cámbrico, y muchas de las especies tildadas de únicas y desconectadas de nuestros días no lo son tanto. En cualquier caso, anomalocaris seguirá ahí como atracción paleontológica y lección de ciencia. Uno se pregunta cuántos juicios tan tajantemente aseverados o negados en nuestros días desde las ciencias sociales (cambio climático, el estado en la economía etc...), se resistirían al dilema del anomalocaris, y la supuesta interpretación objetiva del dato reciente y aislado.

2 comentarios:

  1. A lo mejor no tenía razón del todo Gould, pero la intensidad y belleza de su libro lo hacen de obligada lectura para todos. :-)

    ResponderEliminar
  2. Completamente de acuerdo. En mi opinión este es su libro más redondo. Y es también filosofía de la ciencia aplicada a una investigación. Eso quizás es para mí lo más atractivo de este autor: con él, los límites de las ciencias y las humanidades se desvanecen...

    Un saludo y gracias...

    ResponderEliminar