Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 26 de octubre de 2020

76

    Propósito: escupir un inútil desahogo intelectual en la pantalla. 

   Empiezo la mañana de la peor forma posible: gritando en clase a chavales que están arremolinados en cada rincón, en un entorno cerrado. Me cercioro una vez más de lo mismo. Necesitaríamos un látigo para controlar este descontrol biológico y cultural de nuestra sociedad. Luchar contra la biología es un debate perdido. Es imposible hacer que un cerebro adolescente actúe con la madurez de un cerebro completamente desarrollado. Los riesgos y el cálculo de consecuencias no existen en sus sinapsis neuronales con la suficiente fuerza como para retenerlos ante un ambiente tentador y hostil al cumplimiento de las normas. Sin embargo el elemento cultural sí podría haberse cambiado y haber actuado como atenuador de este desmadre neurológico y hormonal. Desgraciadamente ya es demasiado tarde. No podemos enseñar en tres meses lo que se debería haber enseñado en dieciocho años: el control de nuestra libertad.

     Vayamos a lo puramente cultural. Lo que la pandemia está haciendo al valor de la libertad en nuestra sociedad solo tiene parangón con la amenaza que supuso Hitler o Stalin. Nunca ha estado tan devaluada ni denostada como lo está en el presente, nunca ha resultado tan anacrónica como parece en nuestros días, nunca ha sido una losa tan pesada sobre nuestra cultura, como lo es ahora. La libertad, desposeída de toda responsabilidad hacia los demás, se ha convertido meramente en trampolín para que el individuo haga lo que venga en santa gana y cometa todo tipo de desmanes privados. Se ha vuelto en el enemigo hobbesiano por excelencia de la seguridad de la sociedad. Y de acuerdo con Hobbes, el hombre libre, sometido a su más descontrolado deseo hedonista, no puede tener en cuenta a sus semejantes porque no existen. Sin embargo, lo que Hobbes entendía como parte de la biología humana, no lo es. Es en realidad una cuestión mucho más cultural, moldeable y flexible.

     Parte de la culpa, ideológicamente hablando, la tienen cuarenta años de libertarismo económico combinado con un progresismo fácil, compartido por todos los estratos sociales y todas las élites occidentales de izquierdas y derechas. Ningún gobierno ni estado escapa a esto: era nuestro gran consenso occidental de entender el mundo. Durante demasiado tiempo, la libertad se entendía como libertad de elección y maximización del bienestar individual a costa muchas veces de romper cualquier constricción social o estatal,  tildada como autoritaria solo por su mera existencia. Se disfrazó esta libertad de iniciativa emprendedora, de innovación y de falta de conformismo; también de emancipación de la identidad individual frente a todo tipo de tradicionalismo. Al final el mecanismo del mercado anularía cualquier contradicción interna y la sociedad civil asumiría todo tipo de pluralismo para activar poderosas sinergias colectivas. Pero en el fondo, lo único que queda de esta explosión de la libertad del individuo es un egocentrismo descarnado y una oposición cada vez mayor entre intereses enfrentados. Muy distinto de la vieja libertad, desde Kant a Sartre, que preveía una alta cota de responsabilidad colectiva a la hora de desempeñarla. La responsabilidad se confundió primero con el éxito empresarial y profesional a toda costa, y después se ahogó definitivamente en la mediocridad y el anonimato de las redes sociales. La sociedad, definitivamente, ha dejado de existir en 2020, como proclamaron tristemente sus profetas neoliberales en los años ochenta.

     Ahora los libertarios se llevan las manos a la cabeza cada vez que el fantasma descomunal del estado abre un toque de queda o decreta dictatorialmente un estado de alarma. Ingenuamente algunos creen que se levanta el comunismo por tratarse de un gobierno de izquierdas. No. El signo político de los gobiernos resulta ahora totalmente trivial. Lo que se levanta es la lejana sombra del mundo oriental, drásticamente colectivo, no individual. Y lo que sucede es un fracaso no de una ideología concreta, sino de un patrón de civilización entero como es el occidental. 

   Epílogo: qué dramático todo, y qué banal al mismo tiempo. Triste contradicción en nuestros tiempos. Debo borrar todo esto en cuanto se pase mi ira intelectual ante el mundo.   

    Propósito de enmienda: repetir trescientas veces.

    No debo escribir tonterías

    No debo escribir tonterías.

    No debo escribir tonterías.

    ...

sábado, 24 de octubre de 2020

75

   Hablando con Javier Mariño el otro día, se me ocurrió después el único consejo posible para adolescentes inquietos: todo individuo debe romper con su tribu utilizando el gerundio con el que nos sintamos más motivados y capacitados. Lógicamente esto conlleva una crisis de crecimiento y la sensación (como sufren de forma recurrente algunos alumnos aventajados) de sentirse superior al resto de nuestra pequeña comunidad. Y es que el camino que conduce de la vergüenza del nerd al pertinaz orgullo de ser distinto es corto. Pero es una consecuencia inevitable del proceso, que también se supera con otro consejo: recordar que en el fondo sin los demás miembros de la tribu no somos más que una fiera salvaje (algo parecido a lo que decían los espartanos hacia sus futuros ciudadanos adolescentes) y acabarán huyendo de nuestra presencia si no contenemos el desdén.  

miércoles, 21 de octubre de 2020

74

 No es nuevo que nuestro mundo oscuro está trágicamente carente de magia. El problema es que todo aquel que intenta devolver la magia al mundo acaba creando en la realidad al peor de los dragones. Y mientras miramos embrujados por el hechizo del gusano, morimos iluminados por el fuego de sus hogueras. 

martes, 20 de octubre de 2020

73

    De los personajes de Edén, Lamec debe ostentar indiscutiblemente un puesto especial entre aquellos que hicieron caer la edad dorada de los primeros humanos. En realidad no fueron ni Adán ni Eva, ni Caín, los culpables de la caída del hombre de su paraíso. Los dos primeros no atentaron contra el hombre, sino contra Dios; y tan solo ocurrió que el  reflejo divino desapareció del mundo terrenal: abandonó el espíritu del hombre y dejó el Edén a la merced de la naturaleza inhóspita. De Caín, podemos decir que fue el crimen no deseado de un niño, y con la firme sospecha de la mano de Dios por detrás, provocando recelos entre los hermanos. Sin embargo, fue Lamec, descendiente de Caín, el que sepultó definitivamente a su estirpe bajo esa senda terrible y condenada en la historia.  

    Caín pecó quizás por ignorancia, pero Lamec conocía perfectamente sus acciones. Lamec era reincidente, plenamente consciente de sus actos, y eso acentúa su culpa.  En Lamec vemos el reverso desatado de la venganza: una herida inflingida por un enemigo se paga con la muerte del adversario. Caín mató una vez, Lamech matará dos. Por ello, Lamec será condenado siete veces más que Caín, pero no porque lo diga Dios, sino porque se condena él mismo. Tal es su osadía: es ejecutor y juez de sí mismo al mismo tiempo. Inútilmente algunos mitos quisieron enmendar la historia de tan perverso personaje, haciéndole ignorante de sus actos; las palabras de la Biblia lo consagrarían como el ser antediluviano más maligno, precisamente porque la espiral de la venganza siempre clama más sangre. Peor aún: Lamec quiso ser Dios, pues solo el Dios del Antiguo Testamento decide el peso de la justicia y puede llamar a la venganza si así lo desea. Los hombres deben someterse a la ley del talión si desean sobrevivir. Resulta curioso que de toda la tradición literaria sobre el Génesis, solo Thomas Mann haya hablado más largamente de este minúsculo episodio y haya incidido en las propias palabras de Lamec.

viernes, 16 de octubre de 2020

72

      La primera vez que el señor Huertas sintió esta enfermedad fue hace algún tiempo, cuando al leer su periódico de la mañana empezó a comprender solo las palabras sueltas de lo que estaba leyendo. Comprendía todas las palabras por separado, pero no era capaz de darle un sentido completo. Pensó que tal vez podía ser el cansancio. Por desgracia, los síntomas no desaparecieron: la incapacidad de atribuir significado se fue extendiendo al resto de las lecturas que hacía. Dejó de leer la prensa en internet e intentó ocultar su dolencia, pero pronto se sentiría inútil entender el más pequeño titular de un anuncio de televisión. Fue cuando vino a la consulta para tan singular caso. El siguiente paso fue la progresiva pérdida de lenguaje oral. Las oraciones más largas se hacían un galimatías en su garganta, y acabó por ser capaz de contestar únicamente sí o no, y solo por medio de preguntas. Lo más curioso de todo es que el resto de sus capacidades y facultades estaban intactas. No era una enfermedad neurodegenerativa al uso, de eso estaba seguro. El señor Huertas poseía una considerable capacidad para la inteligencia matemática, visual y espacial, y de hecho, seguía resolviendo complejos planos y operaciones a través de las aplicaciones de su ordenador. Lo que me extraña del caso es que esta singular epidemia ataca única y exclusivamente nuestra capacidad del lenguaje para poder expresar nuestras opiniones, estados de ánimo y juicios. Parecería que ha sido capaz de borrar de nuestra estructura neurológica, aquellas representaciones mentales que afectan a conceptos abstractos, con su complejas redes y sinapsis neuronales, y dejar completamente inalteradas las demás. Después, mucho después, comprendí la verdad. Como George Orwell, la reducción del lenguaje significa una mayor concentración de poder. Por desgracia, ya es tarde para mí. Obtener la verdad se ha hecho a un gran precio. En cualquier caso, aseguran que es indoloro, y que se alcanzará la felicidad en su estado más puro. Aunque en realidad, no me pueden decir otra cosa.  

lunes, 12 de octubre de 2020

71

No encuentro ningún libro que ofrezca una relación directa entre la sublimación de la masturbación en nuestra cultura y la lógica interna del capitalismo del siglo XXI aunque apuesto a que Zizek ya habrá discutido sobre todo esto. Más allá del auge de la pornografía y el sexo virtual, el onanismo tiene todo aquello que entusiasma al espíritu capitalista más desenfrenado: se adapta a las necesidades del individuo consumidor, es extremadamente eficaz para el que la practica, y sumamente barato en término de costes, ahorrando energía y  mucho tiempo que de otra forma se malgastaría en incómodas relaciones interpersonales.

viernes, 9 de octubre de 2020

70

Tiendo a pensar que la filosofía actual necesita ser lo más snob posible para sentirse viva. En esta permanente asunción del presente más inmediato las posibles respuestas apenas cambian, pero sí las preguntas. Entonces el pensamiento recupera su razón de ser y la rueda sigue girando por un tiempo más.

miércoles, 7 de octubre de 2020

69

 No hay que hacer demasiado caso a las recomendaciones de narrativa literaria. Hay que pensar que el 98% de la mejor escritura universal no resulta relevante a los intereses de un lector, por muy bien escrita que esté, y por lo tanto es tristemente desechable. Lo que resulta realmente difícil es aventurarse a investigar ese 2% de literatura estimulante. Ese es a día de hoy, mi gran problema con la literatura. Solo hay un pequeño porcentaje de libros de ficción que me atrevería a comenzar.

68

 No hay nada más frustrante que estar escribiendo ideas durante un día entero, dejándote arrastrar por intuiciones luminosas y pensamientos prometedores, para luego despertarte, y darte cuenta que te has dejado la hoja que escribías en mitad del sueño.  

lunes, 5 de octubre de 2020

67

 Un diario siempre intenta ser el espejo del alma. Solo que a veces el espejo es cóncavo o convexo, dependiendo de lo que quiera verse el alma. Desgraciadamente intentar verse mejor en ellos es inútil: el alma nunca se refleja sobre la superficie de los espejos.

66

  ¡Qué razón tenía el viejo Soren! Una cosa es la libertad de pensamiento, y otra la libertad de palabra. En nuestro eón tecnológico, la primera debería ser estimulada, y la segunda seriamente restringida. Porque por desgracia hablar no implica pensar necesariamente.

sábado, 3 de octubre de 2020

65

     Hay una extraordinaria razón para ser monárquico, republicano o nacionalista -de un signo o de otro- en nuestro país. Serlo es una cuestión puramente estética y mágica para el individuo que cree en estas imágenes (por no llamarlas espejismos). Detrás de esas palabras no defendemos nada, ningún principio moral superior ni ninguna mejora sustancial de nuestra sociedad. Solo humo. Pero el humo asciende al cielo, como un viejo sacrificio ascentral, nos sirve de consuelo y nos congrega alrededor de la hoguera junto a otros acólitos. Y aunque solo sea humo, cuidado con él, porque con un cambio de viento nos puede llegar a asfixiar. Y por supuesto, las hogueras queman.

viernes, 2 de octubre de 2020

64

 Enoch ascendió hasta lo más alto de los farallones del monte Ararat y contempló por última vez lo que tenía a sus pies. Desde allí se arrojó sobre la densa niebla que cubría el valle. No se supo más de él. Nunca nadie descubrió su cuerpo y por eso el Génesis asegura que fue el único ser humano que nunca murió, lo que no quiere decir que hubiese nacido inmortal. En el fondo tenía la inquietante sospecha de que su mente albergaba una gran mentira. Está confuso. Sueña con dios todos los días y conversa con él sobre todo tipo de temas, desde los más simples a los más elevados, pero cada vez que termina su conversación el mismo rostro de Dios le dice: "recuerda que esto es meramente un sueño hermoso".

63

También el aforismo es el último recurso del lector cansado. Evito mencionar twiter entre la aforística. El tweet no se lee; se chismorrea. Es polémico, no reflexivo. No se mastica ni se piensa; se degluta o se escupe otra vez en la red.