La primera vez que el señor Huertas sintió esta enfermedad fue hace algún tiempo, cuando al leer su periódico de la mañana empezó a comprender solo las palabras sueltas de lo que estaba leyendo. Comprendía todas las palabras por separado, pero no era capaz de darle un sentido completo. Pensó que tal vez podía ser el cansancio. Por desgracia, los síntomas no desaparecieron: la incapacidad de atribuir significado se fue extendiendo al resto de las lecturas que hacía. Dejó de leer la prensa en internet e intentó ocultar su dolencia, pero pronto se sentiría inútil entender el más pequeño titular de un anuncio de televisión. Fue cuando vino a la consulta para tan singular caso. El siguiente paso fue la progresiva pérdida de lenguaje oral. Las oraciones más largas se hacían un galimatías en su garganta, y acabó por ser capaz de contestar únicamente sí o no, y solo por medio de preguntas. Lo más curioso de todo es que el resto de sus capacidades y facultades estaban intactas. No era una enfermedad neurodegenerativa al uso, de eso estaba seguro. El señor Huertas poseía una considerable capacidad para la inteligencia matemática, visual y espacial, y de hecho, seguía resolviendo complejos planos y operaciones a través de las aplicaciones de su ordenador. Lo que me extraña del caso es que esta singular epidemia ataca única y exclusivamente nuestra capacidad del lenguaje para poder expresar nuestras opiniones, estados de ánimo y juicios. Parecería que ha sido capaz de borrar de nuestra estructura neurológica, aquellas representaciones mentales que afectan a conceptos abstractos, con su complejas redes y sinapsis neuronales, y dejar completamente inalteradas las demás. Después, mucho después, comprendí la verdad. Como George Orwell, la reducción del lenguaje significa una mayor concentración de poder. Por desgracia, ya es tarde para mí. Obtener la verdad se ha hecho a un gran precio. En cualquier caso, aseguran que es indoloro, y que se alcanzará la felicidad en su estado más puro. Aunque en realidad, no me pueden decir otra cosa.
Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.
viernes, 16 de octubre de 2020
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