Las doce del mediodía, 29 de diciembre. Cánovas repleto de gente con paquetes envueltos: las fechas obligan. Todo el mundo parece tener una dirección bien establecida. Arriba o hacia abajo, hacia una tienda o hacia su casa. De repente una figura errática parece que rompe la simetría perfecta de la gente. Va de un lugar a otro, se aproxima tímidamente hacia unos y otros. No lleva bolsas, tan solo un paraguas de una mano y una vela del otro. El hombrecillo es de baja estatura, parecería que viene de las más absolutas tinieblas y que no ha sido tocado durante mucho tiempo por el sol. El tiempo tampoco ayuda y la lluvia le ha empapado los pantalones. A saber cuántas horas lleva allí esperando. De pronto, reconozco aquella figura. Claro que sí, no puede ser otra cosa: el loco de la linterna.
- Usted busca a alguien, verdad.
- Busco a Dios, dice en un susurro.
- No me lo puedo creer, usted por aquí.
- Me ha reconocido...
- Claro que sí.
- Me lo temía. Entonces usted me podrá ayudar en el asunto. Dónde está Dios.
Me acuerdo en ese instante de la cita de La gaya ciencia y la versiono:
- Dios se ha puesto en venta. Nosotros lo hemos comprado. Lo lleva cada uno en una de esas bolsas. Es más sencillo que todo lo antiguo. Todo está bien y todo está mal: depende del precio que pongas a las cosas.
La cita me ha quedado muy manoseada. Vaya descubrimiento. Y sin embargo, el hombrecillo gris parece sorprenderse. Me mira con ojos tristes, como si hubiera hecho una revelación malintencionada.
- No puede ser. Y todo lo trágico que tenía la escenita de perder los horizontes, del caos?
- Se acabó. Mira, te resumo en una frase: murió su padre, vino la guerra, luego el estado y después las bolsas de supermercado. El más frío de todos los dioses acabó sucumbiendo y en su lugar han puesto el capital, dios de múltiples caras, que pone las luces de navidad, los anuncios y los regalos y además subvenciona el Belén público.
- Qué verguenza. Y yo que había escogido la Navidad para mi buena nueva! Vaya mierda...
- Bueno, la gente parece feliz, y la gente siempre tiene la última palabra. A mí no me convence del todo. Mire, si quiere, le ayudo a seguir buscando. Le contaré un secreto, yo también me hago su pregunta. Mucha gente se la hace todavía.
- Ah sí, entonces tal vez le interese lo que tengo que decir...
- Ah sí, entonces tal vez le interese lo que tengo que decir...
Le escucho con misericordia, como podría hacer con los mormones que llaman a mi casa. Tomamos una cerveza y un nestea y dimos un paseo por la parte vieja. Pregunté por la familia, cómo le iba al Bigotes y al Barbas. Se encogió de hombros y dijo "como siempre". A continuación se alejó de mí, subió la cuesta de Aldana y se perdió en la lluvia.
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El loco del candil antes de desaparecer de mi vista.