Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 12 de diciembre de 2009

CIEN PERSONAS.

Esta mañana había convocada en Cánovas una manifestación por el cambio climático. Delante del bombo, un centenar de personas -ojalá fueran más- se reunieron al mediodía en la cita. Cien personas, arriba o abajo: número escaso en una ciudad de noventa mil habitantes. Supongo que la gente tenía cosas más importantes que hacer. Que el problema ecológico queda demasiado lejos, que una manifestación no va a cambiar nada, que estos problemas los tienen que resolver otros, y no los ciudadanos de a pie. Se pueden exponer tantas razones como personas hay en la ciudad. Todos los que pasábamos por allí teníamos un poderoso argumento: debíamos hacer las compras de navidad. El vertiginoso día a día de nuestras vidas no permite detenernos. Las tiendas no esperan, el cambio climático siempre se puede dejar para mañana. Así parece también que se lo han tomado los reunidos en Copenhaguen. Pero pueden regresar tranquilos a sus países: nadie les va a echar en cara su fracaso, porque parece que a nadie le importa tal cosa.
Esos son los hechos. Queda patente la debilidad de nuestra sociedad civil. Tenemos los problemas y la sociedad que nos merecemos y no podemos echar la culpa a nuestros dirigentes: la tenemos que echar a nosotros mismos. Pero también me gustaría destacar en qué puede que se equivoquen los organizadores. En primer lugar, el problema ecológico sigue siendo invocado como un contenido ideológico propio de la izquierda. Mientras eso siga siendo así, una mitad del país mirará con recelo cualquier manifestación ecologista. El problema ecológico es una cuestión de pragmatismo, no de ideología. Como consecuencia de esta contaminación ideológica, se abordan en una movilización sobre el cambio climático cuestiones ajenas a él. Qué demonios pintaba la guerra de Afganistán, por ejemplo, entre el problema ecológico. De la misma forma que me revuelve la tripa que cada manifestación de izquierda o derecha se adornen con banderas monárquicas o republicanas, como si en las cuestiones de educación, aborto o desempleo se estuviera decidiendo todavía nuestro régimen político. Ciertamente cualquier movilización política requiere una identidad. Pero desgraciadamente el uso de esa identidad resta apoyos en estos problemas tan graves, y no permite fáciles consensos.

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