Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 29 de diciembre de 2009

EL LOCO DEL CANDIL

Las doce del mediodía, 29 de diciembre. Cánovas repleto de gente con paquetes envueltos: las fechas obligan. Todo el mundo parece tener una dirección bien establecida. Arriba o hacia abajo, hacia una tienda o hacia su casa. De repente una figura errática parece que rompe la simetría perfecta de la gente. Va de un lugar a otro, se aproxima tímidamente hacia unos y otros. No lleva bolsas, tan solo un paraguas de una mano y una vela del otro. El hombrecillo es de baja estatura, parecería que viene de las más absolutas tinieblas y que no ha sido tocado durante mucho tiempo por el sol. El tiempo tampoco ayuda y la lluvia le ha empapado los pantalones. A saber cuántas horas lleva allí esperando. De pronto, reconozco aquella figura. Claro que sí, no puede ser otra cosa: el loco de la linterna.
- Usted busca a alguien, verdad.
- Busco a Dios, dice en un susurro.
- No me lo puedo creer, usted por aquí.
- Me ha reconocido...
- Claro que sí.
- Me lo temía. Entonces usted me podrá ayudar en el asunto. Dónde está Dios.
Me acuerdo en ese instante de la cita de La gaya ciencia y la versiono:
- Dios se ha puesto en venta. Nosotros lo hemos comprado. Lo lleva cada uno en una de esas bolsas. Es más sencillo que todo lo antiguo. Todo está bien y todo está mal: depende del precio que pongas a las cosas.
La cita me ha quedado muy manoseada. Vaya descubrimiento. Y sin embargo, el hombrecillo gris parece sorprenderse. Me mira con ojos tristes, como si hubiera hecho una revelación malintencionada.
- No puede ser. Y todo lo trágico que tenía la escenita de perder los horizontes, del caos?
- Se acabó. Mira, te resumo en una frase: murió su padre, vino la guerra, luego el estado y después las bolsas de supermercado. El más frío de todos los dioses acabó sucumbiendo y en su lugar han puesto el capital, dios de múltiples caras, que pone las luces de navidad, los anuncios y los regalos y además subvenciona el Belén público.
- Qué verguenza. Y yo que había escogido la Navidad para mi buena nueva! Vaya mierda...
- Bueno, la gente parece feliz, y la gente siempre tiene la última palabra. A mí no me convence del todo. Mire, si quiere, le ayudo a seguir buscando. Le contaré un secreto, yo también me hago su pregunta. Mucha gente se la hace todavía.
- Ah sí, entonces tal vez le interese lo que tengo que decir...
Le escucho con misericordia, como podría hacer con los mormones que llaman a mi casa. Tomamos una cerveza y un nestea y dimos un paseo por la parte vieja. Pregunté por la familia, cómo le iba al Bigotes y al Barbas. Se encogió de hombros y dijo "como siempre". A continuación se alejó de mí, subió la cuesta de Aldana y se perdió en la lluvia.
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El loco del candil antes de desaparecer de mi vista.

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