La cumbre de Copenhague deja en puntos suspensivos el futuro de la humanidad. El reto ecológico no será tal vez la hecatombe final de nuestra especie, pero sí una catástrofe sin precedentes en la historia del hombre y de la naturaleza. Y mientras el ciudadano de a pie se queda con que la temperatura puede subir dos grados y que en nuestra región llueva un 20% menos, ya hay científicos que comparan el cambio climático con las extinciones en masa del Pérmico o del Cretácico, que acabaron con el 98% de las especies marinas.
Con este tipo de cumbres y retos en futuros tan cercanos y lejanos al mismo tiempo, siempre queda en mí la misma pregunta: si tendremos esta vez la suficiente racionalidad como para ser capaces de tener previsión sobre un acontecimiento de tales consecuencias. Esta capacidad es la base de toda la teoría del contrato social. John Rawls hizo en su libro clásico Teoría de la Justicia el "experimento mental" de una posición original en que las partes firmantes, racionales y autointeresadas, pactaban un acuerdo por el cual se firmaban unos principios de justicia válidos para una sociedad bien ordenada. Hizo bien Nozick en reírse -a mi pesar- cuando dijo que esa racionalidad era una entelequia tan verdadera como la existencia del mundo de las ideas de Platón. Los hombres tenemos una racionalidad a corto plazo, sometida por un estrecho marco temporal que limita nuestras acciones racionales a las consecuencias que podemos palpar y disfrutar. Una catástrofe con plazo de cuarenta años, cuando existen tantas otras cosas que parecen desviar la atención del momento, se ve excesivamente lejana como para unir a las "partes firmantes" que se han reunido en Copenhaguen.
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Y sin embargo, tengo alguna dosis para el optimismo. La historia del hombre es la historia de la previsión. Hace milenios, el hombre neolítico fue capaz de recoger los granos de una espiga de trigo y ser lo suficientemente inteligente como para preveer que no debía comerlo todo, guardar una parte y conservarla como semilla. Así garantizaba la comida para la primavera siguiente, y permitió definitivamente la expansión del hombre por todo el globo. Esto fue algo tan importante que se le denominó en la historia "revolución neolítica". Hoy en día se nos pide una revolución igual de importante: cambiar nuestros hábitos, no consumir todos los granos de trigo (no emitir CO2), para seguir conservando el futuro. De conseguir tal previsión, tal vez habremos ganado la primavera de la próxima generación.
.Cáceres reflejado en un charco de agua: una imagen que se hará rara en un futuro si no cambian las cosas.
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