Sí, ya sé que dicho así resulta una afirmación estúpida y anacrónica, pero parece ponerse de moda en la boca de algunos filósofos, especialmente desde que Michel Onfray retomó el caso Eichmann, siguiendo la estela de Hannah Arendt. En una época "reflexiva", en la que hasta lo más profundo de nuestra cultura puede deconstruirse y volverse a rehacer del revés, que alguien acuse a Kant de protofascista era algo que ya estabamos esperando. Pobre hombre: encima de pesado, aburrido y monótono, ahora nos sale fascista. Está claro que en el mundo de la filosofía no somos nadie y que se haga lo que se haga, cualquier académico del futuro podrá tumbar el mejor de tus propósitos.
El juicio a Eichmann
Eichmann fue un alto cargo nazi vinculado a la "solución final" y que tenía responsabilidades elevadas en torno al genocidio judío de los últimos años del régimen. En fuga tras la guerra, fue capturado por los servicios secretos del Mossad en Argentina quince años después. Secuestrado y llevado de forma dudosamente legal hasta Israel, fue sometido a juicio y posteriormente ejecutado en 1962.
El juicio fue un acontecimiento mediático de primer orden para aquella época, y tuvo episodios verdaderamente peculiares. Para irritación de los filósofos declaró en su juicio que tan solo se había guiado siguiendo el imperativo categórico kantiano cuando asumía órdenes en relación con el genocidio judío. Pero además este juicio contaba con la presencia de una pensadora de primera fila, Hannah Arendt, cuyas declaraciones ofendieron aún más al sionismo de la época.
Arendt quiso demostrar que ni este nazi entendía lo que significa la ética kantiana, ni que tan siquiera fuera completamente culpable de los crímenes que se le acusaban. Si los jueces judíos ponían a Eichmann como un ser diábolico, Arendt lo reducía a la imagen de un hombre mediocre, perteneciente a una masa arrastrada por el nacionalsocialismo en los años treinta para intentar ascender socialmente, pero que no tenían nada que ver con la ideología nazi ni el antisemitismo.
Arendt quiso demostrar que ni este nazi entendía lo que significa la ética kantiana, ni que tan siquiera fuera completamente culpable de los crímenes que se le acusaban. Si los jueces judíos ponían a Eichmann como un ser diábolico, Arendt lo reducía a la imagen de un hombre mediocre, perteneciente a una masa arrastrada por el nacionalsocialismo en los años treinta para intentar ascender socialmente, pero que no tenían nada que ver con la ideología nazi ni el antisemitismo.
Estas reflexiones condujeron a Hanna Arendt a lo que denominó "la banalidad del mal": independientemente de la maldad o bondad de nuestras acciones, los hombres estamos sometidos a las fluctuaciones de las masas y a las necesidades de un estado burocratizado presumiblemente racional que exige respeto. Esta visión debilitada del ser humano fue objeto en la misma época de experimentos psicológicos que reforzaban la tesis de la tendencia intrínseca en los individuos a la obediencia hacia las autoridades establecidas, como los estudios de Millgram.
El juicio a Kant.
Hannah Arendt |
Podríamos pensar que Eichmann citó a Kant de la misma forma que podía haber dicho a cualquier otro, en un intento por justificarse a sí mismo. O podríamos pensar que en realidad estaba hablando de manera sincera. De una manera o de otra, coloca a Kant en el embarazoso papel de justificador del régimen nazi. Arendt durante el juicio dejó constancia de la mala interpretación de Kant que había hecho el dirigente nazi: la obediencia al orden legal no siempre está en conveniencia con el imperativo categórico, un mandato de carácter universal que está por encima de la ley positiva.
Eso parece que hace Onfray en uno de sus últimos libros. Como obra de ficción es legítimo y siempre interesante. Como la historia de la filosofía desde el siglo pasado no es más que un tribunal desde el que nosotros, pensadores mediocres, acusamos a algún filósofo sospechoso de algo, aceptemos en parte esta pregunta dándole la vuelta: Pero, Kant fue realmente un ilustrado liberal?
Primera acusación: la pretensión universal.
Si hablamos de su imperativo categórico nos encontramos con el primer gran escollo: universalizar nuestras acciones supone considerar a nuestro prójimo como nosotros mismos: tratarlos como fines en sí mismos y no como medios (esta es la formulación que más me gusta del imperativo categórico por su sencillez).
Habitualmente la identidad entre un prójimo cualquiera y nuestro yo no parece revestir ningún problema siempre que lo velemos bajo la sombra de la racionalidad humana. Pero suponemos que esa antropología pura y formal puede ser asumida sin problema alguno por cualquier individuo de nuestra especie. Que nuestro filósofo alemán hace aquí gala de un etnocentrismo puro y duro y de unos discutidos presupuestos antropológicos es algo sabido y asumido incluso por sus seguidores más cercanos a nuestros días como John Rawls. O si queremos el debate en términos religiosos: cuando Jesús dice a sus discípulos que tienen que amar al prójimo, es normal que alguien pregunte: "y quién es mi prójimo", a lo que Jesús da una respuesta universalista que mucho después seguirá Kant. Lógicamente, muchos judíos no pudieron seguir esa práctica: el prójimo era alguien perteneciente a su propio pueblo. Incluso los logros de San Pablo por universalizar la ley de oro de la moral acabaron estrellándose con el paso del tiempo con un estado cristiano que entendía a los judíos y a los paganos como no humanos.
Segunda acusación: una moral universal necesita encarnarse en un estado.
Heer Kant. |
Las tesis anarquistas que respondieron al pensamiento hegeliano estaban en lo cierto: el estado moderno por definición implica unos recortes en la libertad humana brutales, en cuanto que autoritariamente confiere a nuestra biología innata una lengua y una cultura determinada de valores nacionales, religiosos, culturales, económicos, filosóficos etc... Pero lejos de una rebelión individual, nosotros asumimos esa carga, la hacemos natural a nuestra realidad cotidiana, mostramos conformidad y le correspondemos con obediencia. La razón antropológica es sencilla y clara desde la filosofía griega: el hombre solo puede sobrevivir en sociedad, y fuera de la polis o el estado no existe civilización.
Tercera acusación: la desobediencia civil.
Hasta aquí parecería que es Hegel y no Kant el que podría tener alguna responsabilidad en el juicio de Eichmann. Sin embargo, podría pensarse que Kant implícitamente intuía al estado como garante de algún orden moral deseable, aunque no fuera perfecto del todo, y que había que respetar a toda costa. Esto es lo que podemos suponer de su obrita "Qué es la Ilustración". En ella, al defender el programa ilustrado, parece que Kant está defendiendo la cuadratura del círculo.
El imperativo categórico y su consumación concreta en una defensa de la libertad, tal y como aparece en otras obras suyas, se puede convertir en la vida práctica en un respeto a la legalidad instituida. En el instante en que Kant hace la separación entre uso privado y público de la razón, caemos en la trampa: Kant defiende una libertad de pensamiento y de crítica siempre que se mantengan en el ámbito de la legalidad establecida. Sin embargo, el derecho de rebelión queda suprimido en nombre del rechazo a la anarquía y la destrucción de la sociedad. Queda aquí patente una herencia hobbesiana de pánico absoluto al desorden y a la ausencia del estado como el peor de los mundos morales posibles.
Kant pecó en este punto de ingenuidad al considerar al estado impregnado de la misma racionalidad que la de su élite ilustrada, y confía en que la vía de la reforma sea la forma histórica más adecuada en el progreso humano. Pero suponer que una monarquía absoluta representa una "sociedad bien ordenada" y que pueda ser el instrumento adecuado de dicho progreso es algo que la propia dinámica de la historia echará por tierra de forma casi instantánea a la publicación del librito de Kant.El imperativo categórico y su consumación concreta en una defensa de la libertad, tal y como aparece en otras obras suyas, se puede convertir en la vida práctica en un respeto a la legalidad instituida. En el instante en que Kant hace la separación entre uso privado y público de la razón, caemos en la trampa: Kant defiende una libertad de pensamiento y de crítica siempre que se mantengan en el ámbito de la legalidad establecida. Sin embargo, el derecho de rebelión queda suprimido en nombre del rechazo a la anarquía y la destrucción de la sociedad. Queda aquí patente una herencia hobbesiana de pánico absoluto al desorden y a la ausencia del estado como el peor de los mundos morales posibles.
Pensemos que el argumento no es del todo inválido. El que yo considere que la tasa de fiscalidad sobre mi salario sea muy alta o muy baja, no me justifica para negarme a pagar los impuestos. Si esa acción se universalizara, tal y como demanda el imperativo categórico, tendríamos como resultado una sociedad de defraudadores al fisco y el consiguiente colapso del estado. La separación entre el uso público y el uso privado es perfectamente asumible si nos encontraramos en una "sociedad bien ordenada", tal y como Rawls pedía para su propia teoría de la justicia. Esta sociedad bien ordenada la podemos hallar en el marco de sociedades democráticas más o menos desarrolladas, pero ni son perfectas, ni eternas, ni están extendidas a todos los confines geográficos de la humanidad.
Llegados a este punto, queda un incómodo pensamiento oscuro que no podemos obviar. Podríamos ser mal pensados y creer que Kant no hablaba desde la ingenuidad, sino desde el miedo. Siempre nos puede quedar la duda de que el alemán defendió la obediencia al estado porque temía desobedecer él mismo a dicho estado y que la censura no le permitiera publicar su obra. Con esto, Kant caería en el humilde estrato en el que nos encontramos todos nosotros, pobres individuos sometidos a la presión del poder.
Veredicto final...
Podríamos suponer que todo defensor de un estado establecido es un fascista. Esto es lo que podría pensar un anarquista de Kant o del socialismo. Y suele decirse que detrás del estado fascista están los exterminios de los judíos. Pero no se suele comentar tanto que detrás de un estado liberal están las masacres de la Vendeé y la guillotina, el colonialismo europeo o el exterminio de pueblos indígenas en Estados Unidos y América Latina. El estado liberal, como cualquier otro estado ha usado y usa mecanismos de represión sobre los individuos. Esto no es ninguna novedad, pero suele olvidarse. De la misma forma que suele olvidarse que fue el estado, al menos en las sociedades occidentales, el que acudió en defensa del individuo con la crisis del 29 y el que todavía hoy de una forma o de otra lo protege de una coyuntura tan adversa como la que estamos atravesando. En conclusión, no se trata de ir sistemáticamente en contra de cualquier organización social en nombre de la libertad del individuo: eso solo lo defiende un anarquista ingenuo por convicción o un neoliberal cínico por interés. Consiste en elegir aquella forma de asociación humana que permita el desarrollo de los individuos, con todos los derechos y obligaciones que conlleva vivir en sociedad.